No dejaba a nadie indiferente cuando le conocía y, era capaz de conseguir cosas que estoy segura de que para la mayoría hubieran sido imposibles y siempre era lo más difícil, que el “cambio” se produjera. Su única arma, la verdad de cuajo que contaba en todo momento, estuviera quien estuviera delante y con claridad meridiana.
Últimamente disfrutaba de su tiempo en la casa de Navacerrada. Se había pasado prácticamente toda su vida viajando y trabajando, y aunque le entusiasmaba lo que hacía, ahora aprovechaba todo el tiempo que podía para estar con las personas que más quería, y seguir aprendiendo, que era una de las cosas que le mantenían con la misma capacidad de ilusionarse que cuando era un chaval.
Para los que hemos tenido la suerte de conocer a Salvador Sala trabajando, compartir con él un proyecto o simplemente una reunión, ya era un momento en el que tenías la sensación de que ese día te ibas a casa y te llevabas algo nuevo que habías aprendido. Y en lo que de verdad era un experto era en conseguir que las cosas cambiaran en la dirección deseada. Era el “mago del cambio”.
Trabajó en muchos proyectos que significaban darle la vuelta a la tortilla a organizaciones mastodónticas, y algunas más pequeñas, pero con problemas muy similares. No había prácticamente nadie que después de un tiempo dándolo todo para que las cosas ocurriesen, no sintiese una tremenda admiración y cariño por él.
Para mí, la lección que se me ha quedado grabada a fuego se resume en una frase suya: “Si no hay resistencia, no hay cambio”
Fue un hombre marcado por el éxito profesional, y no me estoy refiriendo a que el dinero le viniera de cuna, pero lo que sí tuvo desde el momento en el que nació, fue una familia por la que sentía gran admiración porque, cada uno a su manera, le influyó decisivamente en su profesión y en los valores con los que se guiaba en su vida.
Su abuela tenía la tienda del pueblo y de ella decía que aprendió a entender los negocios desde el punto de vista más humano. Como él contaba, ella apenas sabía leer y escribir, pero las cuentas las llevaba tan bien como un gran empresario. Tenía su cajón de facturas pagadas y el de las pendientes de pago, y entendía perfectamente la estacionalidad y cómo prepararse para poder aguantar durante todo el año.
El gusto por la pesca y apreciar el valor de las cosas pequeñas, los aprendió de sus padres y otros tíos con los que disfrutaba del pueblo dónde él se crío, dónde iba todos los veranos, y de dónde sacó lo que llamaba la “sabiduría de la gente humilde”.
Tenía una mujer que le hacía feliz, Teresa, y 2 hijos más sus nietas a quienes, con sólo verles, se le dibujaba una sonrisa enorme en la cara. También he tenido la suerte de conocer y trabajar con Pau Sala, y ha heredado muchos de los valores de su padre, esa tenacidad y perseverancia para llegar dónde quiere sin que parezca que apenas les supone un esfuerzo y, con el respeto más absoluto a los demás.
Era licenciado en derecho, ingeniero en estructuras organizativas y máster en dirección de RRHH y gestión de consultoría. Fue director de zona en Cataluña en la Caixa, y creador de su escuela de formación. Después se fue a PWC y trabajó en diversos proyectos hasta que montó su propia empresa, con la que trabajó en grandes compañías de muchos sectores y en países como Israel o Estados Unidos.
Una muestra de lo grande que era, es lo que le dijo a un camarero que le tiró un café encima de su traje impecable, cuando estaba en el aeropuerto para coger el avión a Barcelona, donde tenía que dar una conferencia: “Una desgracia sería que perdiera el Madrid o el Barça, pero esto es un suceso”… Y por supuesto dio la conferencia con la chaqueta manchada de café.
Hasta su elección de cuándo jubilarse la hizo por esa sinceridad más absoluta consigo mismo. Decía que no estaba dispuesto a dar la razón a esos pobres ignorantes que hacían gala de su falta de conocimiento, y que ya tenía una edad, que no iba a cambiar ni a callarse, para acabar con dolor de estómago.
Este viernes, 20 de noviembre, se fue para siempre, probablemente porque arriba estén deseosos de tener cerca a alguien que les diga las verdades como puños, y con la más absoluta humildad para reconocer sus errores y para seguir aprendiendo.
¡Descansa en paz, Salvador!